Fondeos en Itaparica

Seguimos gorroneando las crónicas de Laura

Día 2, la calma que precede a la tempestad

Madrugamos un poco y enseguida pusimos rumbo a Itaparica. (La Isla de Itaparica, es la mayor de la Bahía de Todos los Santos, tiene un tamaño aproximado de 30 km. de largo por 7 de ancho y dista de Salvador unas 10 millas. La vila de Itaparica nació a los pies de una fuente que brotaba de la tierra y fue durante muchos años el lugar preferido para el veraneo de los ricos y famosos de Bahía. Con calles largas y llenas de árboles, muchas plazas y casas bonitas, el lugar es un verdadero encanto. Hoy las vacaciones han cambiado de destino e Itaparica irradia tranquilidad que aliada a su agua mineral nos proporciona un verdadero tratamiento. Su famosa Fonte da Bica, que queda muy cerca de la marina, dicen que “Eh! Água fina faz velha virá menina.”) El mar estaba muy tranquilo, así que la navegación transcurrió sin problemas y en un par de horas llegamos a Itaparica. Hacía mucho calor y nos dimos un baño refrescante y de paso le sacamos brillo al cata. Después nos comimos una rica ensalada. Por la tarde, los chicos decidieron hacer una expedición a la isla en busca de gasolina para el dingui mientras las chicas, mucho más cultas, nos quedamos leyendo. A la vuelta nos relataron su aventura, en la que habían conocido a un taxista muy “especial”. Por la noche cogimos nuestro dingui para ir al pueblo a cenar. Al llegar a la marina atracamos y nos fuimos a cenar. Cenamos en un sitio muy acogedor, con conchas incrustadas en las columnas de la terraza, lo que nos pareció muy original. La cena estuvo bien, aunque lo que más nos gustó fue el arroz que acompañaba a los platos y la mousse de chocolate que nos zampamos papá y yo. Después de cenar, de camino al dingui, empezó a llover sin previo aviso y de manera torrencial que ríete tú de las lluvias de Río. Cada vez llovía más, y nosotros en medio del pantalán. Carlos, Mada y mamá decidieron allanar un barco cercano, mientras que papá y yo corrimos hasta los soportales que había en el edificio de la marina. Llegamos totalmente empapados, que yo creo que no me había mojado así en mi vida, e intentamos escurrir un poco las camisetas. Papá que venía del restaurante pidiendo una ducha… vaya con la duchita. Una vez que dejó de llover volvimos a buscar a los demás y con nuestra mojadura nos dirigimos al dingui. Nada más llegar al Prati tendimos nuestra ropa, nos tomamos un vaso de leche caliente y a la cama.

Día 3, la calma del fondeo

Después de varios chubascos nocturnos y matinales, una vez que parecía que dejaba de llover permanentemente decidimos bañarnos. Pasamos toda la mañana a bordo del Prati y comimos unas riquísimas patatas con bacalao. Por la tarde, a pesar del miedo a mojarnos de nuevo, volvimos a tierra firme. Dimos un paseo por Itaparica y llegamos a una plaza en la que había una verbena. Después nos sentamos en una terraza no muy lejos de la marina y picamos algo. Mientras estábamos cenando comenzó a acechar un perro callejero con cara de mala leche y entonces Carlos, en un momento de ingenio, agarró mi botella de agua y duchó al perro, que salió corriendo. Desde luego, con el precio que tiene el agua mineral en Brasil, como para tirársela a un perro. Una vez solos, seguimos cenando y después nos fuimos a un bar a tomar un café. Por últimos volvimos al dingui y regresamos al Prati.

(El fondeo en Itaparica, delante del pueblo y bastante cerca de la marina, es estupendo. El fondo es una tenedero perfecto, de arena y limo, poco profundo y lo suficientemente amplio para no molestarnos unos barcos a otros. El único inconveniente, porque nada es perfecto, son las motos de agua que algunas veces, sobre todo los fines de semana, dan vueltas para enseñarse alrededor de los barcos fondeados. Tambien hay trasiego de barcos lugareños y de turistas. Los lunes la paz vuelve al fondeo y se valora el doble)

   
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Vila de Itaparica, desde el fondeo  
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  El PRATI, contento en su fondeo
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En la “Coroa do limo”, un lugar que en bajamar se usa para varar barcos y mariscar, además de bañarse en sus aguas calentitas.

 
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  Baño refrescante y divertido
   

Día 4, la isla del paraíso

Mientras yo dormía nos dirigimos al otro extremo de la isla para fondear. Cuando me desperté y miré por el portillo me encontré en un pequeño paraíso: una zona de Itaparica totalmente cubierta de árboles, en la que no había ni una casa y solo se oía el cantar de los pájaros. Por la mañana nos dimos varios baños para combatir el calor y estuvimos totalmente de relax. Mientras yo escribía esta crónica algunos se fueron de paseo y una vez que regresaron todos comimos. Por la tarde nos bañamos de nuevo y cuando se hizo de noche, a eso de las siete de la tarde, nos quedamos totalmente a oscuras mirando las estrellas. ¡Qué maravilla estar allí y oír única y exclusivamente los sonidos de la naturaleza! Un rato después pusimos a Carlos a cortar jamón y cenamos para irnos enseguida a dormir.

Laura se perdió una tranquila travesía, de 10 millas, por el canal de Itaparica, que en esta primera zona tiene una anchura de unos 12 kms. hasta la Fonte do Tororó, donde volvimos a fondear. El camino, tachonado de islas de vegetación exuberante, según hemos oído, privadas en su mayoría, pequeños botes de pesca, calma absoluta para llegar a una pequeña bahía rodeada de vegetación, de donde desciende una suave cascada de agua limpia, que da nombre al lugar.

   
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la placidez del recorrido contrasta con la fuerte lluvia que “sufrieron” algunos en su paseo de inspección.

La fuente, propiamente dicha, está cuidada y limpia, con escaleras talladas en la piedra al igual que un montón de nombres para el recuerdo. Conocimos, cuando nos acercamos a visitarla, a la persona que se ocupa de ella, un catedrático que veranea en un pequeño Villarejo de la orilla opuesta y que está acompañado por un lugareño, que es el que da a la escoba.

A la puesta de sol, el capitán nos agasajó, en la red de proa, con unas deliciosas caipirinhas, para convertir el momento en algo muy especial.

   
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Port do sol y caipirinhas en el Tororó  
   

Mucho veleros dan la vuelta completa a la isla y disfrutan de todo el litoral. En mitad del canal hay un puente que limita la altura de mástil a 17 metros, nosotros tenemos 24 y tuvimos que dar la vuelta por donde habíamos ido, al día siguiente por la mañana temprano, con la pleamar.

Día 5, azulejos portugueses

Por la mañana dimos un paseo por el encantador pueblo de Itaparica. Primero fuimos al mercado para comprar fruta y acto seguido nos sentamos en una terraza para tomar unas cervecitas. Después dimos un paseo, admirando las pequeñas casitas con sus rejas y sus azulejos de colores, y llegamos a una plaza llena de terrazas. Seguimos andando por una calle paralela al mar, hicimos un alto para tomar otra cervecita y nos fuimos a comer al mismo lugar en el que cenamos el primer día, solo que esta vez lo hicimos dentro. Era un sitio pequeño, pero muy acogedor.

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De paseo por Itaparica

Después volvimos al Prati y nos dimos otro baño, para luego, al anochecer, salir de nuevo a dar otro paseo. Esta vez cambiamos la ruta y llegamos al centro histórico de la ciudad, donde había unas casitas que parecían de juguete, todas alineadas unas tras otras. Llegamos a la plaza de las terrazas y nos sentamos en una a cenar y después a tomar unas caipirinhas. Hacia las doce, con todo cerrado, volvimos en el dingui al Prati.

Cada noche en Itaparica, fuimos a lavarnos la cara en la Fonte de Bica, pero no hemos notado nada. Es decir, que el milagro de la fuente no se ha producido, somos un poco más viejas cada día que pasa, quizá nos ha faltado algo de fe.

El día 6 regresamos para Salvador. Tuvimos una buena travesía. Primero con la aparición de los delfines, que aunque poco juguetones, siempre apetece verlos y después con un viento estupendo que hinchó nuestras velas para navegar disfrutando del momento, la mayor parte de la travesía.

   
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El final lo hicimos a motor y el capi se dio cuenta de que el alternador no estaba cargando. Como estábamos llegando, no hicimos mucho caso. Atracamos y salimos pitando a comer y dar una vuelta por la zona del Mercado Modelo, donde los de Oviedo tenían que comprar algunos recuerdos y regalos para los amigos. Pero eso queda para otro día.