Final de las crónicas de Laura y su estancia en Brasil

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(seguimos en el día 6 de enero)

“ Una vez comidos dimos una vuelta por el mercado y sus alrededores, donde mi madre se compró un modelito muy bahiano, y yo compré unas pulseras para mis amigas. También nos hicimos fotos con un individuo de lo más peculiar que vendía sombreros.

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uno de los restaurantes del Mercado Modelo
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El gorrito ya estaba adjudicado a Tino.
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Una vez que volvimos al puerto fuimos a ducharnos y nos arreglamos para ir a cenar a un rodicio, este ya de verdad. La cena trascurrió muy bien, hasta que a mamá se le explotó un tomatito cherry encima de la falda nueva y casi nos la cargamos. (Es que valla puntería…) Después de la cena nos fuimos a una terraza que incluía música en vivo y nos tomamos una copa. El sitio era muy acogedor, pero lo mejor de todo fue mi mojito, que de la cantidad de hierbabuena que tenía parecía un potaje.

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Estuvimos allí un buen rato y después nos retiramos a descansar.

Día 7, “las compras de reyes”

Como cuando nos despertamos esa mañana no teníamos ningún regalo decidimos ir a comprarlos nosotros, así que nos arreglamos y nos fuimos al Pelourinho. Allí recorrimos diversas tiendas y compramos un cuadro, una figurita, collares, pareos… y un largo etc. Entre compra y compra paramos a visitar un museo en el que vimos cuadros, esculturas y varios objetos de la tradición de Salvador.

Se trata del Museo Afro – Brasileiro, en el que hay muchas piezas de origen o inspiración africana, así como las relacionadas con la religión afro-brasileira de Bahia.

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Las hermanas Herrero ante OGUN, el Orixá de la guerra, que protege a los herreros.

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Prati se decanta por Yemanjá, la dueña de las aguas.
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y después paramos en un pequeño bar para refrescarnos y reponer fuerzas tomando una cervecita y un piscolabis.

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Estamos en el boteco llamado Cravinho.

Seguimos con nuestras compras de un lado a otro del Pelourinho y cuando ya lo teníamos todo listo decidimos irnos a comer a un restaurante que nos habían recomendado. Era un lugar un tanto pequeño, pero muy bien decorado y muy hogareño. Allí Mada y papá decidieron arriesgarse y probar un plato típico baiano, llamado moqueca, que lleva entre otras cosas aceite de demdé y leche de coco. Lo cierto es que al final tuvieron suerte, porque la moqueca, en contra de lo predicho por el capi, estaba muy buena.

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Zumbi dos Palmares, un esclavo que no se conformó con serlo.
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Un poquito más del Pelourinho

Después de comer bajamos de nuevo en el elevador hasta el Mercado Modelo y volvimos por última vez al Prati, donde hicimos las maletas. Dejamos el puerto y nos fuimos al aeropuerto, donde facturamos el equipaje, tomamos algo y por último nos despedimos y embarcamos en el avión que nos llevaría de nuevo a España, donde hacía frío, mucho frío.”

Y esto es todo amigos, de la visita de nuestra familia para pasar estas fechas especiales con nosotros, a partir de aquí nos tocará volver a afilar el boli y contaros lo que vaya aconteciendo.

Fondeos en Itaparica

Seguimos gorroneando las crónicas de Laura

Día 2, la calma que precede a la tempestad

Madrugamos un poco y enseguida pusimos rumbo a Itaparica. (La Isla de Itaparica, es la mayor de la Bahía de Todos los Santos, tiene un tamaño aproximado de 30 km. de largo por 7 de ancho y dista de Salvador unas 10 millas. La vila de Itaparica nació a los pies de una fuente que brotaba de la tierra y fue durante muchos años el lugar preferido para el veraneo de los ricos y famosos de Bahía. Con calles largas y llenas de árboles, muchas plazas y casas bonitas, el lugar es un verdadero encanto. Hoy las vacaciones han cambiado de destino e Itaparica irradia tranquilidad que aliada a su agua mineral nos proporciona un verdadero tratamiento. Su famosa Fonte da Bica, que queda muy cerca de la marina, dicen que “Eh! Água fina faz velha virá menina.”) El mar estaba muy tranquilo, así que la navegación transcurrió sin problemas y en un par de horas llegamos a Itaparica. Hacía mucho calor y nos dimos un baño refrescante y de paso le sacamos brillo al cata. Después nos comimos una rica ensalada. Por la tarde, los chicos decidieron hacer una expedición a la isla en busca de gasolina para el dingui mientras las chicas, mucho más cultas, nos quedamos leyendo. A la vuelta nos relataron su aventura, en la que habían conocido a un taxista muy “especial”. Por la noche cogimos nuestro dingui para ir al pueblo a cenar. Al llegar a la marina atracamos y nos fuimos a cenar. Cenamos en un sitio muy acogedor, con conchas incrustadas en las columnas de la terraza, lo que nos pareció muy original. La cena estuvo bien, aunque lo que más nos gustó fue el arroz que acompañaba a los platos y la mousse de chocolate que nos zampamos papá y yo. Después de cenar, de camino al dingui, empezó a llover sin previo aviso y de manera torrencial que ríete tú de las lluvias de Río. Cada vez llovía más, y nosotros en medio del pantalán. Carlos, Mada y mamá decidieron allanar un barco cercano, mientras que papá y yo corrimos hasta los soportales que había en el edificio de la marina. Llegamos totalmente empapados, que yo creo que no me había mojado así en mi vida, e intentamos escurrir un poco las camisetas. Papá que venía del restaurante pidiendo una ducha… vaya con la duchita. Una vez que dejó de llover volvimos a buscar a los demás y con nuestra mojadura nos dirigimos al dingui. Nada más llegar al Prati tendimos nuestra ropa, nos tomamos un vaso de leche caliente y a la cama.

Día 3, la calma del fondeo

Después de varios chubascos nocturnos y matinales, una vez que parecía que dejaba de llover permanentemente decidimos bañarnos. Pasamos toda la mañana a bordo del Prati y comimos unas riquísimas patatas con bacalao. Por la tarde, a pesar del miedo a mojarnos de nuevo, volvimos a tierra firme. Dimos un paseo por Itaparica y llegamos a una plaza en la que había una verbena. Después nos sentamos en una terraza no muy lejos de la marina y picamos algo. Mientras estábamos cenando comenzó a acechar un perro callejero con cara de mala leche y entonces Carlos, en un momento de ingenio, agarró mi botella de agua y duchó al perro, que salió corriendo. Desde luego, con el precio que tiene el agua mineral en Brasil, como para tirársela a un perro. Una vez solos, seguimos cenando y después nos fuimos a un bar a tomar un café. Por últimos volvimos al dingui y regresamos al Prati.

(El fondeo en Itaparica, delante del pueblo y bastante cerca de la marina, es estupendo. El fondo es una tenedero perfecto, de arena y limo, poco profundo y lo suficientemente amplio para no molestarnos unos barcos a otros. El único inconveniente, porque nada es perfecto, son las motos de agua que algunas veces, sobre todo los fines de semana, dan vueltas para enseñarse alrededor de los barcos fondeados. Tambien hay trasiego de barcos lugareños y de turistas. Los lunes la paz vuelve al fondeo y se valora el doble)

   
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Vila de Itaparica, desde el fondeo  
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  El PRATI, contento en su fondeo
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En la “Coroa do limo”, un lugar que en bajamar se usa para varar barcos y mariscar, además de bañarse en sus aguas calentitas.

 
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  Baño refrescante y divertido
   

Día 4, la isla del paraíso

Mientras yo dormía nos dirigimos al otro extremo de la isla para fondear. Cuando me desperté y miré por el portillo me encontré en un pequeño paraíso: una zona de Itaparica totalmente cubierta de árboles, en la que no había ni una casa y solo se oía el cantar de los pájaros. Por la mañana nos dimos varios baños para combatir el calor y estuvimos totalmente de relax. Mientras yo escribía esta crónica algunos se fueron de paseo y una vez que regresaron todos comimos. Por la tarde nos bañamos de nuevo y cuando se hizo de noche, a eso de las siete de la tarde, nos quedamos totalmente a oscuras mirando las estrellas. ¡Qué maravilla estar allí y oír única y exclusivamente los sonidos de la naturaleza! Un rato después pusimos a Carlos a cortar jamón y cenamos para irnos enseguida a dormir.

Laura se perdió una tranquila travesía, de 10 millas, por el canal de Itaparica, que en esta primera zona tiene una anchura de unos 12 kms. hasta la Fonte do Tororó, donde volvimos a fondear. El camino, tachonado de islas de vegetación exuberante, según hemos oído, privadas en su mayoría, pequeños botes de pesca, calma absoluta para llegar a una pequeña bahía rodeada de vegetación, de donde desciende una suave cascada de agua limpia, que da nombre al lugar.

   
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la placidez del recorrido contrasta con la fuerte lluvia que “sufrieron” algunos en su paseo de inspección.

La fuente, propiamente dicha, está cuidada y limpia, con escaleras talladas en la piedra al igual que un montón de nombres para el recuerdo. Conocimos, cuando nos acercamos a visitarla, a la persona que se ocupa de ella, un catedrático que veranea en un pequeño Villarejo de la orilla opuesta y que está acompañado por un lugareño, que es el que da a la escoba.

A la puesta de sol, el capitán nos agasajó, en la red de proa, con unas deliciosas caipirinhas, para convertir el momento en algo muy especial.

   
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Port do sol y caipirinhas en el Tororó  
   

Mucho veleros dan la vuelta completa a la isla y disfrutan de todo el litoral. En mitad del canal hay un puente que limita la altura de mástil a 17 metros, nosotros tenemos 24 y tuvimos que dar la vuelta por donde habíamos ido, al día siguiente por la mañana temprano, con la pleamar.

Día 5, azulejos portugueses

Por la mañana dimos un paseo por el encantador pueblo de Itaparica. Primero fuimos al mercado para comprar fruta y acto seguido nos sentamos en una terraza para tomar unas cervecitas. Después dimos un paseo, admirando las pequeñas casitas con sus rejas y sus azulejos de colores, y llegamos a una plaza llena de terrazas. Seguimos andando por una calle paralela al mar, hicimos un alto para tomar otra cervecita y nos fuimos a comer al mismo lugar en el que cenamos el primer día, solo que esta vez lo hicimos dentro. Era un sitio pequeño, pero muy acogedor.

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De paseo por Itaparica

Después volvimos al Prati y nos dimos otro baño, para luego, al anochecer, salir de nuevo a dar otro paseo. Esta vez cambiamos la ruta y llegamos al centro histórico de la ciudad, donde había unas casitas que parecían de juguete, todas alineadas unas tras otras. Llegamos a la plaza de las terrazas y nos sentamos en una a cenar y después a tomar unas caipirinhas. Hacia las doce, con todo cerrado, volvimos en el dingui al Prati.

Cada noche en Itaparica, fuimos a lavarnos la cara en la Fonte de Bica, pero no hemos notado nada. Es decir, que el milagro de la fuente no se ha producido, somos un poco más viejas cada día que pasa, quizá nos ha faltado algo de fe.

El día 6 regresamos para Salvador. Tuvimos una buena travesía. Primero con la aparición de los delfines, que aunque poco juguetones, siempre apetece verlos y después con un viento estupendo que hinchó nuestras velas para navegar disfrutando del momento, la mayor parte de la travesía.

   
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El final lo hicimos a motor y el capi se dio cuenta de que el alternador no estaba cargando. Como estábamos llegando, no hicimos mucho caso. Atracamos y salimos pitando a comer y dar una vuelta por la zona del Mercado Modelo, donde los de Oviedo tenían que comprar algunos recuerdos y regalos para los amigos. Pero eso queda para otro día.

 

El final del 2.009 y el principio del 2.010

Y Laura continua contando:

Día 30, sin aceite de demde, por favor

Llamamos a nuestro chófer particular para hacer una ruta por las playas de Salvador, (El chofer particular del que habla Laura, es Robson, un taxista con el que nos encontramos cómodos, que es muy agradable y simpático además de un cantante estupendo. Nos ameniza los recorridos, con sus canciones y sus historias. Por eso siempre le llamamos a él para movernos por Salvador) así que salimos de la marina y pusimos rumbo a la playa de Itapuá, pasando por la de Barra, el Farol y otras.

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En la playa de Barra  
   
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  Robson
   
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El Fuerte del Farol  
   
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  Ambiente en la zona del Fuerte
   

Nos sentamos en un chiringuito para tomar un coco y admirar el paisaje, ya que el azul del mar y las palmeras transmitían una calma infinita. Después de estar allí un rato cambiamos de playa para poder bañarnos, ya que la otra era muy bonita, pero para bañarnos nada de nada, el fondo es de piedras y hace impracticable el lugar. Así pues seguimos hasta la playa de Flamengo, donde nos sentamos en otro chiringuito y nos trajeron un barril lleno de botellas de cerveza, otros refrigerantes y hielos.

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Aquí está el barril  
   

Después del agradable baño fuimos en busca de un lugar para comer, y decidimos ir a un puesto callejero a comer el acarajé, una comida típica brasileña compuesta por una especie de pasta frita en aceite de demdé con camarones y otras verduras. La verdad es que el acarajé no nos causó una gran impresión, más bien es de esas cosas que con comerlas una vez ya tienes bastante. Nos sentamos en una terraza cercana al puesto para comerlo, y después volvimos a la marina para darnos una buena ducha. Esa noche fuimos a cenar a un rodicio,

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en el que nos sirvieron distintas carnes, aunque la verdad no nos prestó demasiado por el empacho que teníamos por el aceite de demde.

En los manuales que dan a los turistas, con diez o quince frases imprescindibles, una de ellas es la del título de este día “Sin aceite de demdé, por favor”

Día 31, nochevieja a la española

Habíamos decidido que ese día nos iríamos de compras a un centro comercial para comprarnos un modelito para la nochevieja. El día hubiera sido perfecto de no ser por la mierda del aceite de demdé, que nos sentó mal a todos, aunque yo creo que a mí la que más. Dejamos al capi custodiando al barco y los demás nos fuimos en taxi a uno de los centros comerciales más grandes que había visto en mi vida. Nos pasamos el día yendo de un lado a otro mirando ropa y zapatos hasta la hora de comer. Después de la comida y de tomar un riquísimo café, volvimos al Prati a ponernos nuestras mejores galas para ir al reveillon. A las ocho de la tarde pusimos la cadena Ser para oír las campanadas en directo desde España y así tomamos las uvas, celebrando el Año Nuevo a la vez que en España. El reveillon estuvo muy bien, aunque la cena dejó bastante que desear. Hubo actuaciones en directo y a las doce unos espectaculares fuegos artificiales. Hacia las dos decidimos que era hora de retirase, así que volvimos a casa a dormir.

   
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Reveillón es como llaman en Brasil a la fiesta de fin de año. Se montan grandes tinglados por doquier, carpas gigantes, escenarios grandiosos, columnas de bafles de millones de watios y se moviliza la población de forma masiva para celebrarlo.

Dicen que en el Reveillón de Copacabana, en Rio de Janeiro, se reunieron más de dos millones de personas.

Nosotros teniendo en cuenta la edad de Laura buscamos un lugar divertido para celebrar la salida y entrada del año.

Todos nos recomendaron el Reveillon Enchanté del Centro Español, donde actuaba una de las cantantes más famosas de Brasil, Ivete Sangalo, que como es de Salvador, actúa aquí con frecuencia. La chica se portó de miedo, mantuvo durante tres horas un espectáculo, tipo a los de Madona, de alto nivel. Ella era la estrella principal y había otras dos actuaciones, Vanessa da Mata y de fin de fiesta Psirico, un tío con una marcha que te cagas.

A cambio lo de la cena fue como de risa. Cuando ya habíamos pagado la reserva de mesa, preguntamos por el menú, puesto que el precio inducía a esperar una buena cena . Nos miraron con cara de poker y dijeron que no había cena, solo una botella de espumante por mesa y que la comida se servía desde los bares adyacentes. A la vez nos enteramos de que seríamos en el evento más de doce mil personas. (glub. glub.)

En la carta se ofrece: espetos de carne o de pollo, plato de patatas fritas y filete con patatas. Este es todo el menú. Además el filete viene troceadito, puede que fuera para no dejarnos un cuchillo a mano con el que agredir al cocinero y las patatas eran infumables. O sea, una cena similar a la de Nochebuena y a la comida de Navidad. Estas Navidades lo único que nos ha engordado han sido los miles de litros de riquísima cerveza helada, “estupidamente gelada” como dicen aquí los progres, que nos hemos echado al coleto.

Día 1, las lentejas de la suerte

El día de Año Nuevo transcurrió con mucha calma. Pasamos la mañana haciendo limpieza general en el interior y exterior del cata, y ya a madiodía y siguiendo la tradición italiana, preparamos para comer unas riquísimas lentejas. Por la noche decidimos ir a cenar al Pelourinho, de manera que tomamos el elevador, esta vez ya sin cola, y subimos. Nos sentamos a cenar en una terraza desde la que se oía a un músico tocar en el interior del bar. Después de la cena como no nos atrevíamos a bajar solos por el elevador debido al ambiente nocturno, decidimos coger un par de taxis para llegar a la marina.

Por cierto, los taxistas mafiosotes del Largo Terrero de Jesús, epicentro del Pelourinho, como no les parece una carrera interesante bajarnos al Centro Náutico, por su proximidad, piden 20 ó 30 reales, cuando el taxímetro marcaría 6 ó 7. Nos hemos bajado de los taxis en varias ocasiones y les hemos mandado al carajo, siempre hay alguno en la plaza contigua que funciona con normalidad.

Más panorámicas de Andrés

Panoramica 1
 
Esta es la maravillosa vista que tenemos desde la popa del PRATI, atracado en el Centro Náutico de Salvador de Bahía.
 
panoramica 2
 
Ahora una vista desde proa, con el Fuerte de San Marcelo.
 
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panoramica 11
 
La luz del sol va desapareciendo.
 
panoramica 3
 
Estamos viendo, lo mismo que ve Loli, desde lo alto del Pelourinho.
 
panoramica 5
 
Navegamos, para fondear el fin de semana en Itaparica, dejando atrás  Salvador.